fabian | 23 Juny, 2006 16:16
Un patio oscuro, algo tenebroso. Al fondo, la escalera principal; mientras, a la derecha, unos pocos escalones conducen a una semiabierta puerta por la que surge una amarilla luz eléctrica. En estas casas antiguas a estas estancias independientes separadas de los aposentos de la casa familiar y con una entrada independiente se les llamaba "estudio". Una fuerte puerta de madera del norte labrada y, sobre ella, piedra negruzca apenas visible desde la oscuridad del patio, dos figuras, una masculina y otra femenina, portan sus dedos índices ante sus bocas de labios cerrados. Silencio piden.
Chisss ... Silencio.
Margarita regresa tarde y cansada de la comida de compañerismo con que las maestras celebran el fin de curso. Al poco de llegar se echa sobre la cama donde descansa. Silencio.
Alguien, en nombre de Mozart, desgrana las ordenadas notas del tiempo lento de un concierto mientras sobre la mesa de trabajo contemplo una preciosa cámara fotográfica que ayer noche, cena festiva, me regalaron. Pese a las notas suaves de piano y orquesta - silencio sonoro - un cierto desbarajuste de soles y estrellas, de noche festiva y tarde cansada flota ruidosa sobre mi cabeza. Ahí no hay silencio. Debiera recomponer en esta noche de San Juan las estrellas y la luna en su cielo oscuro para que el sol, cegador y radiante, domine el día.
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